viernes, 23 de abril de 2010

EL ARROYO



Un arroyo lloraba.

- ¿Por qué lloras? le pregunté.

- Porque soy huérfano

- No eres huérfano, tienes un manantial.

- Todos me dicen que tengo un manantial, pero yo no lo veo.

- Si naciste, un día, es porque tuviste un manantial.

- Puede ser, pero eso fue en el pasado, ya no es así.

- Así fue y así es todavía. Uno nace en cada instante. Tu manantial no te abandona nunca, si no dejarías de existir.

- ¿Cómo sabes?...

- No tengo necesidad de verlo para saber que tu manantial existe y te da la vida en cada momento, me basta con verte.

Al Dios que no se deja ver, la Biblia lo llama Manantial. De ese Manantial brota un arroyo que es su pueblo. El arroyo crecerá, se convertirá en río, y luego será mar.

Pero hay arroyos y ríos que se secan, y pueblos que nunca salen adelante. El pueblo de Dios es uno de ellos. Volviéndose hacia Dios llorando, el profeta Jeremías le pregunta por qué. Y Dios, con el dolor y la ternura de una madre, le responde: “Mi pueblo me ha abandonado a mí, que soy manantial de aguas vivas, y se ha cavado pozos, pozos agrietados que no retendrán el agua…” (Jeremias 2, 13).

Pozos agrietados…