- ¿Por qué lloras? le pregunté.
- Porque soy huérfano
- No eres huérfano, tienes un manantial.
- Todos me dicen que tengo un manantial, pero yo no lo veo.
- Si naciste, un día, es porque tuviste un manantial.
- Puede ser, pero eso fue en el pasado, ya no es así.
- Así fue y así es todavía. Uno nace en cada instante. Tu manantial no te abandona nunca, si no dejarías de existir.
- ¿Cómo sabes?...
- No tengo necesidad de verlo para saber que tu manantial existe y te da la vida en cada momento, me basta con verte.
Al Dios que no se deja ver,
Pero hay arroyos y ríos que se secan, y pueblos que nunca salen adelante. El pueblo de Dios es uno de ellos. Volviéndose hacia Dios llorando, el profeta Jeremías le pregunta por qué. Y Dios, con el dolor y la ternura de una madre, le responde: “Mi pueblo me ha abandonado a mí, que soy manantial de aguas vivas, y se ha cavado pozos, pozos agrietados que no retendrán el agua…” (Jeremias 2, 13).
Pozos agrietados…