martes, 25 de mayo de 2010

LA VIDA





Ningún ser humano apresa la vida. Es la vida la que lo apresa a él arrastrándolo a una carrera desenfrenada en la que el pasado ya no existe, el presente huye como un relámpago y el futuro pronto vuelve a su vez a ser pasado.

Nada puede detener la fuerza de la vida. Nada puede ponerle límites. Ella terminará con todas las barreras que le han erigido nuestros miedos, nuestra ignorancia, nuestras inercias y nuestras sedes de poseer, de dominar y de controlar. Los controles amurallados levantados por las razas, las naciones, las religiones, las lenguas, las culturas, las ideologías y los imperios serán arrasados por la gran corriente. O no habrá más que una humanidad liberada y reconciliada, o no quedará nada de ella.

Vivir es dejarse llevar para adelante por esta poderosa correntada. No es instalarse en un fugaz instante presente, sino pensar y actuar como si el mundo estuviera por terminarse mañana. Tener la audacia de la plenitud. Tener la desenvoltura de optar por un vivir en humanidad sin barreras, sin murallas, sin límites, con la convicción de que, de todos modos, no hay nada que perder. Es dejarse atrapar por la visión de una humanidad que triunfa sobre todas sus tumbas, aunque todo parezca ser lo contrario.

O dicho de otra manera, vivir es verse, no como una semilla en descomposición, sino como un árbol en pleno proceso de ser.

¿Dios? Es la potencia de esa correntada.

Mientras no integremos esta visión, estaremos ausentes de nosotros mismos.

Estar ausentes de nosotros mismos, nos hace mucho mal y nos lleva también a hacer grandes estragos.